Alhambra, la frontera invisible

El ascenso

Atravesando la puerta abierta, dejamos atrás Granada. Nuestros pasos se acompasan con el murmullo del bosque, que es la frontera invisible. La noche sin luna nos invita a sumergirnos en las leyendas que hacen de la ciudad lo que conocemos.

Washington Irving nos sale al encuentro, hierático narrador de las historias hiladas entre estos bosques y tejidas por las voces del tiempo. Su estatua apenas destaca: toda leyenda hunde sus raíces en la verdad y las de la Alhambra que nos mira grandiosa e inexpugnable. El sonido del agua nos guía, entre las sombras alargadas, hasta el Pilar de Carlos V. Con más de cuatro siglos, la pared que sostiene el pilar contiene un simbolismo que fluye junto al agua. Para quienes saben mirar, la alquimia está grabada en sus lozas. Pero esta es una historia que será contada a su debido momento.

Las puertas

Siguiendo con el ascenso, la Puerta de la Justicia se yergue ante nosotros. Aquí luz se hace piedra y nos detenemos ante la pregunta por la llave. Sin dudar, miramos la mano y la llave talladas en la piedra. ¿Cómo alcanzarlas? La respuesta de nuevo está ante nuestros ojos. Como en las leyendas que buscamos, tenemos el acertijo y nos falta descubrir el entresijo. Nuestros ojos se dirigen a la sonrisa pícara de nuestro hechicero particular.

En esta ocasión se nos brinda la oportunidad de traspasar su frontera sin más peaje que el asombro. Dejamos a un lado otra pequeña, cerrada a cal y canto, con un anacrónico interfono. Entre la leyenda y la comicidad  descubrimos que existen otros mundos paralelos en la Alhambra. Relatos del siglo XX, crónicas de viajeros, restos arqueológicos.

El agua fluye eternamente y nos lleva hasta la Plaza de los aljibes. Lugar de paso cuyos habitantes, felinos de gran alcurnia, nos permiten transitar. Fue el punto medio lo marcial y la corte, después un mercado. Ahora, bajo nuestros pies, medio milenio de bóvedas en las que se mira el agua. Una explanada silenciosa, vacía: a un lado dos torres iluminadas. Miramos buscando el eco del pasado, siete siglos de imágenes se acercan y nos hacen compañía.

Alhambra de Granada

Al fondo, al otro lado del río, el Albaicín es otra Granada. Más cerca el quiosco marcado por tres cipreses, con su pozo de donde se sacaba agua para dar de beber a diez mil almas.

La piedra

Retrocedemos unos pasos dejando atrás esta imagen. Surcamos el otro patio, a través de la Puerta del Vino. La fachada del Palacio de Carlos V nos da un imponente recibimiento. Aquí las historias se entrecruzan, su imponente desnudez esconde numerosos secretos: este palacio es más que la carta de presentación de la fortaleza. Se trata de un lugar mítico y místico, símbolo de la Granada Imperial, esa otra Granada que siempre pudo ser y nunca fue. Casi quinientos años de construcción  dieron lugar a una mole que a muchos disgusta en comparación con el resto del monumento, pero que a quienes se atreven a conocerlo, sublima como lo demás.

A través de su perímetro se abren otras muchas historias, entremezcladas con lo mágico, con lo improbable. La piedra aguarda en cada uno de sus poros a los intrépidos que deseen conocerlo. ¿Queréis saber más? Más información aquí.

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