Granada esconde historia en todos sus rincones y la boda y luna de miel en Granada de Carlos V es una de ella. Para ello nos remontamos al siglo XVI.
Carlos V tenía 26 años y había cierta prisa para que el emperador contrajera matrimonio, entre otras cosas, para asegurar una sucesión.
Durante este tiempo, candidatas tuvo unas cuantas pero su elección no iba a ser precisamente por amor. En un primer momento, debido a una alianza con el Rey de Inglaterra Enrique VII y para contener al Rey de Francia, se optó por María, hija del rey inglés, pero aún era una niña pequeña y Carlos ya era «mayor».
Por lo que se necesitaba otra aspirante al trono que, como requisito indispensable, tenía que venir de un país adinerado. En esos momentos la corona portuguesa era rica y además bien vista, tanto desde los Países Bajos, como desde la corona castellana que, con esta alianza, verían sus arcas llenas.
El Rey Manuel I de Portugal tenía dos hijas: Isabel y María. Carlos V tomó la decisión de elegir a Isabel y a partir de aquí se comenzaron los preparativos para la boda en Sevilla.
Carlos conoció a Isabel dos horas antes de la boda y, según los cronistas de la época, el flechazo fue inmediato. La describen como una mujer esbelta, de gran hermosura, porte elegante, ojos negros y labios finos. De hecho, es considerada una de las reinas más bellas de la historia de España. Y si bien es verdad que el aspecto físico fue lo que deslumbró al Emperador, la serenidad, templanza y sabiduría de la soberana fue lo que lo enamoró. El Emperador no quiso esperar más y esa misma noche dispuso que se celebrara la boda.
Todo esto ocurrió en marzo de 1526 en los Reales Alcázares (Sevilla).
Luna de miel en Granada
No fue hasta primeros de junio cuando los esposos llegaban a la ciudad de Granada, última perla del Islam occidental, para disfrutar de esa anhelada luna de miel en los Palacios de la Alhambra. Venían con un cortejo populoso: cortesanos, soldados, consejeros y personal de confianza.
La llegada de Carlos V generó tal expectación en la ciudad de Granada que provocó un acontecimiento único. A su llegada a la ciudad el cortejo fue recibido en Puerta Elvira por las autoridades locales y eclesiásticas donde se dispuso un entarimado cubierto con dosel, donde soldados, maderos y personal de «relleno» esperaban para saludarlos.
Era un día grande, las calles estaban abarrotadas de vecinos, de vendedores de frutillas y buñuelos, múltiples tenderetes taponando las calles estrechas por donde se tenía que hacer el recorrido: desde Elvira, pasando por la puerta de Hatabin, el Zacatín hasta llegar a la Capilla Real para rendir homenaje a sus abuelos. El paso era impracticable y había que desalojar el camino a la mayor premura posible.
Era tal la muchedumbre que el Capitán General de Granada tomó la decisión. Ayudado por su guarnición y la escolta imperial, lanzan tiros al aire, provocando un estruendoso ruido que, a través de las estrechas calles el sonido se multiplicaba. Tras unas salvas seguidas, avisando a la gente de la premura en desalojar y tras unos minutos, la calle Elvira quedó libre para que pudiera pasar el cortejo imperial.
Llegada a la Alhambra
Finalizados todos los actos en la ciudad, los esposos subieron a la Alhambra, donde previamente se acondicionaron una serie de estancias para los recién casados. Allí se instalaron, y lo que iban a ser unas semanas de luna de miel, se convirtieron en 6 meses de una apretada agenda política y de cacerías, fiestas, torneos y encuentros con importantes personajes del momento. Durante todo este tiempo, Granada se convirtió en la capital del Imperio.
Los cronistas de la época describen estos meses como los más felices y tranquilos de la pareja, donde dieron rienda suelta a su amor y pasión, incluso hay quien se atreve a asegurar que ese 31 de agosto, tras llegar de una cacería hubo un encuentro entre los esposos y fue concebido el primogénito de la pareja, Felipe.
En esta época, el Emperador de la cristiandad deseaba contrarrestar el poder del sultán turco, para ello comenzó una serie de alianzas con el Sha de Persia. Era común que las delegaciones cuando se reunían se intercambiaran regalos. Uno de ellos fueron unas semillas de una flor que, aunque extendida y muy apreciada en Oriente, a este lado del Mediterráneo era desconocida.
Y Carlos deseaba hacer un regalo a su amada. Un regalo exclusivo. las flores para la emperatriz debían de ser únicas. Así es como el clavel llegó a España, y la Emperatriz fue la primera belleza peninsular en lucir esta flor en color rojo pasión. A Isabel le entusiasmó tanto el clavel que Carlos decidió plantarlos en todos los jardines de la Alhambra en honor a su amada.
Una flor que ahora nos parece tan cotidiana y popular, estuvo a la altura de una Gran Dama. De hecho, a Isabel se le llama también la Emperatriz del Clavel, y esta flor tan icónica es la flor nacional de España.
Esta es sólo una de esas miles de historias que tiene Granada con esas curiosidades que nos gusta conocer. Hay muchas más, hablaremos de ellas en otras ocasiones.
He vivido en Moreda, por los años 1958, 1959, mi padre trabajaba en la renovación del ferrocarril a Almeria. Luego fuimos a Guadix.
Recuerdo que había la costumbre de que un día decían fulanito ha desaparecido con fulanita. Se habían ido de luna de miel. Todo antes de casarse.
Sí yo lo tengo oído pero eran esas parejitas de novios que sus familias no querían que estuvieran juntas, entonces se escapaban pasaban la noche fuera y cuando volvían tenían que casarse pues se suponía que habían pasado su «noche de bodas»